lunes, 23 de abril de 2007

VELAS Y VIENTOS.

Pocos valencianos deben quedar ya que no hayan paseado por nuestro nuevo y flamante Puerto, sede de la no menos flamante America´s Cup. Como suele ocurrir cuando uno está demasiado cerca de un objetivo, creo que la mayoría de nosotros lo vemos un poco borroso: No somos conscientes de la cantidad de personas que nos están envidiando en todo el mundo. De hecho, yo no era muy consciente hasta ayer mismo, cuando nos fuimos de buena mañana a recorrer el puerto de arriba abajo. En realidad, lo que pretendíamos era saber con suficiente antelación cuál era el lugar exacto donde se iba a colocar el escenario para el concierto de Il Divo, el próximo sábado. Pero para nuestra sorpresa, y con la colaboración estelar de un precioso día de primavera mediterránea, nos encontramos con una "marina" (ahora se llama así, como lo hacen los ingleses) luminosa, llena de vida, cosmopolita, híper-moderna, ... Nuestro paseo se convirtió en un verdadero placer. Por momentos, nos parecía estar en Montecarlo, o en una exclusiva terraza de Milán diseñada por alguno de esos famosos estilistas italianos. La salida de los barcos fue espectacular: me mareo sólo pensar en el precio de las quillas de esas embarcaciones de tecnología punta. Todo es puro lujo y superficialidad, pero a la vez, si se observa a esos hombres rudos, anchos como armarios, curtidos por el viento, apretados en la cubierta del barco, y deseando enfrentarse en el mar, no se puede evitar sentir un escalofrío de emoción: Una vez más, el hombre domina los elementos.
Pero, por la misma razón que me gusta mezclar el queso con la mermelada o las espinacas con las pasas, o el pollo con la manzana, lo que más me gusta es contrastar lo que ahora ven nuestros ojos con mis recuerdos de niñez. Aquel puerto desaliñado, sucio, con olor a pescado de cuando yo era niña. Algunos domingos íbamos a pasear al puerto, y yo me fijaba en los pescadores reparando las redes, en sus barcas llenas de parches, en los abuelitos que, con la mirada perdida en el mar infinito, sujetaban la caña con una mano y un "caliqueño" con los dedos de la otra: "¡Rubia! ¿Quieres pescar?" Y yo les contestaba con una mueca, arrugando la nariz, porque era una niña demasiado fina para plantearme siquiera agarrar una lombriz y enroscarla alrededor del anzuelo y clavarla en él para que los peces no se la llevaran así, como si nada...
Ayer me llenó de ternura la observación de un anciano, que, mientras miraba la majestuosa salida de los barcos a nuestro lado, y con ese acento de los valencianos auténticos, en un tono entre alegre y nostálgico, gritó: "¡La Mare de Deu! ¡Si Blasco Ibañez alçara el cap!" Todos los que estábamos a su alrededor le miramos, nos miramos y sonreímos, mientras veíamos alejarse, imponente, la última embarcación llena de deportistas bronceados, ricos y ávidos de batalla.

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