miércoles, 1 de agosto de 2007

Rostropovich



El pasado mes de abril murió, tras una larga enfermedad, Mtislav Rostropovich, probablemente el mejor intérprete de violoncelo del mundo y un gran director de orquesta. Mientras escribo esto, escucho su Suite nº 3 de Johann Sebastian Bach y me emociono al recordarlo.

Este hombre, nacido en Azerbaiyán, supo ganarse el respeto de todos durante los duros años de la Guerra Fría con su actitud dialogante y conciliadora pero no exenta de críticas a ambos bloques. No es de extrañar que cuando se pensó en alguien para ponerle música al acto formal de la caída del muro de Berlín en 1989, el elegido fuera él. Dicen que su viejo violoncello Stradivarius no le dejó ni un momento hasta su último suspiro, que permaneció en la misma habitación, esperando que el viejo maestro se levantara de la cama para tocarlo una vez más. ¿En qué manos andará hoy aquel cello, tan solo, tan huérfano?

Yo tuve la suerte de conocerlo en persona. Le estreché la mano y le di la enhorabuena en una ocasión en que estuvo en Valencia, tocando en el Palau. Me lo presentó mi amiga María Mircheva, cellista búlgara y vieja conocida suya. Recuerdo su enorme vitalidad, una luz especial en los ojos una vez finalizado el concierto. Soltó por un momento su cello y lo apoyó contra su cuerpo para estrechar mi mano con su mano derecha. Por unos instantes, la música, el arte, se hizo tangible y yo pude tocarlo.

Inefable momento. Lo recordaré siempre.


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