martes, 18 de diciembre de 2007

La fiesta de la luz.


Ya estamos otra vez en Navidad. En estas fechas, el aire parece contener algo diferente, impalpable. ¿Será cierto que existe el espíritu navideño? No es difícil descubrir su presencia incluso detrás de las manifestaciones comerciales propias de estas fechas. Es más, podría decirse que los tópicos navideños -el archisabido programa de turrones, calles engalanadas y reuniones familiares- expresan justamente, aunque con cierta distorsión, el mensaje profundo de estos días, su razón de ser.
Los niños entienden mejor que nadie esa supuesta invitación a la alegría, la bondad y la esperanza, ya que concuerda con una visión más mágica de las cosas, todavía ilusionada. A los adultos nos es más difícil sintonizar con lo navideño, y para hacerlo debemos recuperar algo de la infancia, en especial la capacidad de maravillarnos.
¿Y qué sucede con los que dicen no gustarles la Navidad? En la mayoría de los casos no se trata de que estén en contra de la esencia de esos días, sino de cierta parafernalia que a menudo acompaña a lo auténtico. Eso de estar contentos casi por obligación, de comer y consumir en exceso, o impostar cordialidad puede molestar ciertas sensibilidades. También se da como reacción una especie de melancolía navideña: el frío en las calles, otro año que se acaba, las personas queridas que ya no están...
Hay siempre una corriente por estas fechas empeñada en reivindicar el sentido religioso de la Navidad (ya he recibido varios mensajes apelando al sentido común, contra el consumismo y a favor de la celebración exclusivamente religiosa de estas fiestas). Pero yo no las interpreto así.
La Navidad se inscribe claramente en las fiestas solsticiales, cuyo origen se pierde en el tiempo. La palabra solsticio deriva del latín sol estare e indica la aparente detención del sol, pues éste llega en el solsticio de verano a su punto más alto y detiene su movimiento antes de descender. En el solsticio de invierno llega al punto más bajo y detiene su movimiento antes de empezar a ascender. A partir de ese momento las noches empiezan a acortarse y los días se van alargando. Podría decirse que a partir del solsticio de invierno la naturaleza celebra "el nacimiento del sol":la preparación a la nueva vida, que se exteriorizará al llegar la primavera. Por eso entre los antiguos era de gran importancia esta fiesta solsticial, la del nacimiento solar (Natalis invicti), el día en que la "Vírgen daba a luz" y el Sol novus empezaba a crecer.
En muchas religiones, sus divinidades principales nacen el 24 de diciembre, es decir en la nochebuena: en pleno ascenso del sol tras el solsticio de invierno.
En nuestra cultura, la venida de Jesús supuso sin duda la llegada de una luz para la humanidad. El hecho es que cada año se conmemora su nacimiento afirmando de esta forma que su mensaje es perenne y necesario.
La Navidad simboliza el triunfo de la luz sobre las tinieblas y tiene un significado natural y espiritual al mismo tiempo. Uno no contradice al otro. Son niveles distintos de una realidad que cada persona puede celebrar a su manera, de acuerdo con sus propias creencias.
El simbolismo de la luz (en los árboles de las calles, en nuestras casas...) se expande. Compartimos también la comida y la alegría. Podemos vivir la Navidad más allá de los tópicos- sin renunciar a ellos por una cuestión de tradición que es bonito conservar-, pero sobre todo es una oportunidad de acrecentar en nosotros algo que se respira en el ambiente navideño: el deseo de amor y comprensión. Vivamos pues en paz, pues la paz es otro de los mensajes de la Navidad "a los hombres de buena voluntad".

1 comentario:

Anónimo dijo...

Recuerdo aquel artículo en el que invitabas a disfrutar de las cosas pequeñas. Yo créeme que lo aplico, y ahora en estas fiestas tan “grandes” de Navidad me fijo en la cantidad de cosas pequeñas que la envuelven y de las que también se pueden disfrutar. La inocencia de los niños, que creen que hablan con los renos de Papá Noel o los pajes de los Reyes, las bombillitas de decoración que parece un milagro que puedan funcionar, la gente delante del televisor con el décimo en la mano a ver si los niños de San Ildefonso les traen suerte, y si no utilizar los tópicos, “por lo menos que tengamos salud”, “me alegro como si me hubiera tocado a mi”, “este dinero para tapar agujeros”.Las compras de última hora para los que más queremos, las cenas y comidas con familia y amigos y porque no, recordar aquel año de las empanadillas de Móstoles. .Pero lo principal disfrutar de cada segundo de mi chica y mis hijos y esperar que el Año Nuevo llegue cargado de Felicidad.
FELIZ NAVIDAD!!