domingo, 16 de marzo de 2008

Las trece rosas.

Trece chicas, siete de ellas menores de edad, fueron fusiladas en 1939 contra la tapia del cementerio de Madrid simplemente por ser "rojas". A partir de ese momento pasarán a formar parte de la memoria colectiva de la lucha contra el franquismo como Las Trece Rosas.
Esta historia ha dado lugar a una novela, a una película, y también ha tenido eco, cómo no, en la poesía. He aquí un ejemplo:

Trece Rosas
Julián Fernández del Pozo

Madrid se viste de luto,
por trece rosas castizas,
trece vidas se cortaron,
siendo jóvenes, casi niñas.

Malditas sean las almas,
de sus verdugos fascistas,
que con guadañas de odio,
segaron sus cortas vidas.

España es vuestra madre,
su cielo vuestra sonrisa.
sus campos tienen la sangre,
de unas rosas, casi niñas.

El pueblo de Madrid os quiere,
ese pueblo que abomina,
de salvadores de patrias,
de rojos y de fascistas.

Madrid es patria de todos,
su nombre solo mancillan,
el odio de los caciques,
cuya razón es la envidia.

Las rosaledas de parques,
de esta, nuestra España chica,
reflejarán vuestras caras,
vuestras sonrisas de niñas.

Benditas seáis mil veces,
benditas vuestras familias,
malditos los asesinos,
que nuestras rosas marchitan.

Hace unos días vimos la película. Es una historia desgarradora, que impresiona. Sin embargo, una de las cosas que más me llamaron la atención fue una de las escenas finales, en la que, condenadas ya a muerte, se ofrece a las chicas la oportunidad de escribir una última carta de despedida. Pero para recibir el anhelado lápiz y el papel deben cumplir condición: confesarse primero. Ellas lo intentan pero no lo consiguen. ¿Confesarse? ¿Es que han hecho algo malo? No sólo pretenden asesinarlas, en un abominable acto de venganza y rencor, simplemente por pensar de otro modo. Además quieren obligarlas a renegar de lo único que les queda: su dignidad.

Este es un ejemplo de una carta que una de las chicas consiguió escribir:
“ Madre, hermanos, con todo el cariño y entusiasmo os pido que no me lloréis nadie. Salgo sin llorar. Me matan inocente, pero muero como debe morir una inocente. Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada. Adiós, madre querida, adiós para siempre. Tu hija, que ya jamás te podrá besar ni abrazar”.
Una carta que Julia concluye pidiendo un último deseo: “Que mi nombre no se borre en la historia”.

Cuántas veces en la vida, desde posiciones de poder, se nos incita a renegar de nuestros principios simplemente para disfrutar de lo que nos corresponde por derecho. Ante esas situaciones, un@ debe optar por no dejarse achantar y mantener impolutos los propios principios o doblegarse y alejarse, con el rabo entre las piernas, viviendo miserablemente de las migajas que los poderosos nos "permiten" disfrutar.
Y encima pretenderán que les demos las gracias...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy buena película y conmovedora historia que hace muy poco tiempo sucedió en nestro país.No entiendo como hay aún algunos políticos que no quieren oir hablar de la memoria histórica, cuando aún hay mucha gente que aún no sabe donde están enterrados sus antepasados.¿Será cuestión de conciencia?Allá ellos!!