martes, 30 de junio de 2009

Una nada encantadora.


Bahía de Alcudia. Can Picafort. (Mallorca)


LA MESA AZUL

Por Vicente Verdú

El Mediterráneo reúne a tantos comensales en torno a su bendito mar que, a la fuerza, la heterogeneidad se entrecruza con las similitudes y los lenguajes muy surtidos con otras hablas, tan parecidas que se llega a pensar si no pertenecemos todos a un mismo padre y a una misma madre, aunque de naturaleza tan pugnaz que han generado hijos e hijas de innumerables tonos.

El mar, sin embargo, lava esos pigmentos diferenciales, para lograr entre su resplandor y su hermosa negligencia, entre el bochorno y su molicie, una clase de belleza exclusiva que, por antonomasia, se representa en el color azul.

Sin el color azul es imposible tratar o aludir a la condición mediterránea. Tanto es así para la oralidad, la escritura, la pintura, los videos, o la publicidad, que hasta un amigo ciego que sólo conoció el mar muy tardíamente creyó, cuando su hermano lo adentró en la orilla, que el agua subiéndole hasta la cintura, lamiéndole tibiamente la piel, lo estaba tiñendo de añil. No sólo sintió, nos contaba que el tacto de esa materia salina lo envolvía, sino que la condición del índigo, el cobalto o el ultramar lo colonizaba. No es raro por tanto que los pintores valencianos, italianos, catalanes, egipcios o griegos hayan empleado tanto esos tonos, que definen como un sello principal de la casa, tan intensamente reinante que se confunde con la invisible bandera de la pertenencia esencial.

“El color azul – decía Goethe en su Teoría de los colores – es como una nada encantadora”. El azul se forma precisamente por suma de vacíos, suma de aires, suma de aguas, suma de cristales transparentes. De ese modo, tiene la especial condición de un alma y la mágica facultad para filtrarse en nuestro interior como si nada, y encantarnos como una mano imantada.

La experiencia de aquel amigo ciego que sólo en los años sesenta se bañó en el mar coincide con el efecto emocional que el mar tan azul – ni verde azulado, ni esmeralda, ni turquesa – causa en la vista.

Es necesario amusgar los ojos ante esa luz cromada y pura. Pero, a la vez, es imposible no ser un conspicuo esteta y ser insensible, en cuerpo y alma, a la pasión del radiante fulgor marino que tiñe el mantel común de parte a parte del banquete del Marenostrum.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

A esto me refería yo ayer! Observo juntas las dos entradas de hoy, una al lado de la otra, y de alguna forma intuitiva y emocional (artística) se complementan.

Incluso en el color de las imágenes.

Me entusiasma el azul, no lo puedo evitar.

A propósito de azul, el otro día me dijo la mujer de Herman Munster que cuando las uñas o la piel se ponen azules es por carencia de Oxígeno. Cianosis, procede del griego "kyanós", "azul". (En la Luna no hay Oxígeno.) Cosas que uno hila sobre la marcha.

Mermaid Lullaby dijo...

No es casualidad: tu comentario sobre la camisa de Vicente Ferrer me ha hecho recordar que había leído esta preciosa reflexión sobre el azul, y me ha parecido un buen momento para reproducirlo aquí.

Lili.- dijo...

Bello... Muy bello Sirena. Los azules siempre me transportan ( mar y cielo algunas veces se con-funden).
La pregunta: es una fotografía real la primera o es una pintura? Fascinante!
Te dejo un beso muy grande, desde la otra Bahia :0)

Mermaid Lullaby dijo...

Es una foto, aunque casi parezca imposible. La belleza natural de las islas Baleares a veces es así: casi irreal. No sabes la de veces que me he planteado irme a vivir allí. Te puedes imaginar qué felicidad para una sirena: vivir rodeada de agua por todas partes...