jueves, 29 de julio de 2010

Zarité.


"La isla bajo el mar" (Editorial Plaza y Janés, 2009), narra la historia accidentada y terrible de Zarité, esclava en el Saint Domingue del siglo XVIII, que logrará librarse de los estigmas que la sociedad le ha impuesto para conseguir la libertad y, con ella, la felicidad. La protagonista, Zarité, una esclava, es comprada a los nueve años por el francés Valmorain, que posee una de las más importantes plantaciones de caña de azúcar de la isla, por entonces colonia francesa.

La novela nos hace recorrer cuarenta años de la vida de Zarité, viviendo los azares de la historia de la isla, y penetrando a fondo en el horrible mundo de la explotación de los esclavos, la forma infrahumana en que vivían y eran tratados, y las luchas que llevaron a cabo para lograr la libertad. Libertad que, después de muchas peripecias terribles, Zarité logrará en la Nueva Orleans, a donde su amo se traslada una vez que los esclavos de Saint Domingue inician las revueltas que culminarán años después con la libertad del país, al que llamarán Haití.

Aunque tiene que vivir en el ambiente sórdido de la casa del amo, que pronto abusa de ella y la obliga a ser la cuidadora de su mujer, afectada por depresiones y locura, Zarité se verá siempre rodeada de otros seres que la apoyarán, y aliviarán sus penas.

Finalmente, Zarité logrará la libertad, y concluirá sus días al lado de un esposo, también esclavo liberado, en cuya compañía disfrutará finalmente, y a pesar de los sufrimientos y las pérdidas, de su libertad y su dignidad.

Isabel Allende nos ofrece siempre figuras de mujer creíbles y reales, fuertes, luchadoras, abriéndose camino en medio de las mayores dificultades. Estereotipos totalmente diferentes a los que se aferran aún la mayoría de los escritores varones o las autoras de novelas románticas. Y en este caso, esta mujer se enfrenta nada menos que a la esclavitud, promovida y mantenida por buena parte de europeos y americanos: seres crueles, débiles y de trayectoria vital vergonzosa que se van cruzando en su camino. Una injusticia histórica y un atentado a los derechos humanos cuyo precio aún no ha acabado de pagarse.

Y así es Zarité: fuerte, luchadora, una mujer real. Pero Zarité, por encima de todo, es madre. Ésa es su mayor peculiaridad. Es madre, independientemente del color de la piel de esos niños que acaban siempre acurrucados entre sus brazos.

Pueden ser sus propios hijos mulatos, fruto de las violaciones de su amo. O el hijo blanco de su amo, privado del cariño de su madre natural desde su nacimiento, y al que ella “adopta” como propio. O sus hijos negros, fruto de su unión con otro esclavo liberado. El enorme instinto maternal de Zarité, esa mirada protectora y amorosa que hace extensiva a todos los seres humanos, y que ha aprendido a través de cada una de sus maternidades, la convierte en un modelo admirable de mujer. Una mujer que se siente afortunada, a pesar de todo, porque...

“En mis cuarenta años, yo, Zarité Sedella, he tenido mejor suerte que otras esclavas. Voy a vivir largamente y mi vejez será contenta porque mi estrella -mi zétoile- brilla también cuando la noche está nublada. Conozco el gusto de estar con el hombre escogido por mi corazón cuando sus manos grandes me despiertan la piel. He tenido cuatro hijos y un nieto, y los que están, vivos son libres.(...) Golpeo el suelo con las plantas de los pies y la vida me sube por las piernas. Me recorre el esqueleto, se apodera de mí, me quita la desazón y me endulza la memoria. El mundo se estremece. El ritmo nace en la isla bajo el mar, sacude la tierra, me atraviesa como un relámpago y se va al cielo llevándose mis pesares.”

Por último, transcribiré aquí parte del último y estremecedor capítulo del libro, uno de que mejor definen la naturaleza de Zarité. En él, su hija, Rosette, que ha sido injustamente encarcelada, y es al fin liberada, sale de la cárcel infestada de piojos, demacrada y enferma. Y a punto de dar a luz al primer nieto de la protagonista.

Cuenta Zarité:

“(...) El niño todavía no estaba listo para nacer, era diminuto y tenía la piel traslúcida como papel mojado. El nacimiento fue rápido, pero Rosette estaba débil y perdió mucha sangre. Al segundo día empezó la fiebre y al tercero deliraba llamando a Maurice, entonces comprendí, desesperada, que se me iba. Recurrí a todos los conocimientos que me legó Tante Rose, a la sabiduría del doctor Parmentier, a los rezos del Père Antoine y a las invocaciones de mis loas. Le puse el recién nacido al pecho para que su obligación de madre la hiciera luchar por su propia vida, pero creo que no lo sintió. Me aferré a mi hija, tratando de sujetarla, rogándole que tomara un sorbo de agua, que abriera los ojos, que me respondiera, Rosette, Rosette. A las tres de la madrugada, mientras la sostenía arrullándola con baladas africanas, noté que murmuraba y me incliné sobre sus labios resecos. “Te quiero, maman”, me dijo, y enseguida se apagó con un suspiro. Sentí su cuerpo liviano en mis brazos y ví su espíritu desprenderse suavemente, como un hilo de niebla, y deslizarse hacia afuera por la ventana abierta.

El desgarro atroz que sentí no se puede contar, pero no necesito hacerlo: las madres lo conocen, porque sólo unas pocas, las más afortunadas, tienen a todos sus hijos vivos. En la madrugada llegó Adèle a traernos sopa y a ella le tocó desprender a Rosette de mis brazos agarrotados y tenderla en su cama. Por un rato me dejó gemir doblada de dolor en el suelo y después me puso un tazón de sopa en las manos y me recordó a los niños. Mi pobre nieto estaba acurrucado al lado de mi hija Violette en la misma cuna, tan pequeño y desamparado que en cualquier momento podía irse detrás de Rosette. Entonces le quité la ropa, lo coloqué sobre el trapo largo de mi tignon y lo amarré cruzado sobre mi pecho desnudo, pegado a mi corazón, piel contra piel, para que creyera que todavía estaba dentro de su madre. Así lo llevé durante varias semanas. Mi leche, como mi cariño, alcanzaba para mi hija y mi nieto. Cuando saqué a Justin de su envoltorio, estaba listo para vivir en este mundo.”

2 comentarios:

Yahaira Julissa dijo...

Hermoso texto, me ha impactado mucho. En esa parte donde mencionas que todos son sus hijos. Y viviendo en las condicones en que vivía.
Esto me hace pensar en aquellas personas que tienen menos que nosotros pero aún así siguen luchando.

Zarité es una mamá hermosa. Gracias por compartirlo.

Graciela Bello dijo...

"Isabel Allende nos ofrece siempre figuras de mujer creíbles y reales, fuertes, luchadoras, abriéndose camino en medio de las mayores dificultades", dices muy bien. Y ella misma es un ejemplo de esas mujeres, ya que le tocó la gran desdicha de perder a su hija mujer muy joven y ese hecho ha marcado todas su obra, y su vida por supuesto.
Como escritora, creo que ha encontrado un "método" que le funciona y lo repite. Pero admito que a mí me envuelve una y otra vez en sus historias, me adhiero a la valiente heroína y me sigue capturando.
Un beso,amiga!