jueves, 12 de agosto de 2010

El Violín de Auschwitz.




Daniel es un luthier judío de Cracovia que sobrevive en el infierno del campo de exterminio de Auschwitz trabajando de carpintero. Sus condiciones de vida son infrahumanas, y los abusos, los castigos y la muerte son compañeros habituales de los reclusos como él. Pero a raíz de un accidentado concierto, el comandante del campo, Sauckel, que es aficionado a la música clásica, descubre el verdadero oficio de Daniel y decide ponerlo a prueba: tendrá que construir un violín que tenga un sonido perfecto. Daniel se pone manos a la obra, sabedor de que la gran pasión de su vida es ahora también su única salvación.
La historia recuerda por momentos y por diferentes motivos a El niño con el pijama de rayas, La Lista de Schindler, Good o a El Pianista. Y a otras muchas que proclaman la pervivencia de la dignidad humana incluso bajo las circunstancias más brutales.




"El “secretario” del barracón le sacó de su otro mundo. En sueños se encontraba en su taller, tan perfectamente ordenado, trabajando en la construcción de una viola, entre el olor conocido y agradable de la madera, las colas y los barnices –y no el tufo del barracón- . Arriba, su madre canturreaba mientras preparaba la comida, que también producía una fragancia deliciosa. Todo eran sensaciones agradables: el sol doraba las maderas, les arrancaba reflejos como de crepúsculo, cálidos, de oro viejo, teñidos de rojo y, curiosamente, hasta de azul. Contrastando con sus tonos, el acero de su colección de cuchillas de constructor de violines resplandecía con un brillo frío. Todas las piezas sin trabajar aún, cortadas para futuros instrumentos, lucían sus aguas, olorosas; y entre ellas pasaba el aire, secándolas lentamente, de la mano de su hermano el tiempo. Lo había aprendido de su padre: nunca utilizaba una madera que no hubiera sido cortada hacía cinco años. De buen abeto de las montañas y de arce, de árboles donde hubieran anidado las golondrinas. Donde hubiese cantado el viento –como después lo haría el arco- . En el sueño cada pieza y cada herramienta brillaban como si fueran joyas –y de hecho lo eran, las modestas joyas de su corona de artesano-. Soñando, se encontraba en un de los puntos más delicados de su trabajo: colocando en su sitio, en el interior de la viola, el alma, esa pequeña pieza de abeto, de aguas finas y prietas, que estaba a punto de poner vertical, perfectamente recta, justo detrás del pie derecho del puente. Pero ¿qué le pasaba? ¡Las manos le sudaban, el alma se le escurría fuera de lugar, se deslizaba antes de tiempo! Había quedado demasiado corta, inservible. Tendría que volver a empezar todo de nuevo. Pero la viola se volvía honda, honda... Unas manos que le zarandeaban le despertaron en ese momento. La viola se había quedado sin alma. Le pareció un mal presagio. El sueño, sin embargo, no era el culpable. Ni hacía falta buscar lejos ningún mal augurio. Lo tenía delante, allí mismo. El mal presagio era, sencillamente, el alba. El alba de un nuevo día en la Gehenna, en el Campo de los Tres Ríos. Un alba oscura, precursora de un día de claridad gris e indecisa, un viejo cobertor sobre el lecho gastado del sufrimiento. Cualquier pesadilla –pensó- no podía ser peor que la cueldad que los rodeaba y los penetraba tan impalpable como el aire que respiraban."

Fragmento de El Violín de Auschwitz.
Maria Àngels Anglada.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

En nombre de mi querido Grynberg,que su numero

he olvidado( el de su brazo ).No permitan el olvido.

No nieguen el pasado.A los queridos compañeros de su

barraca,que la nieve los fue cubriendo y aclarando

su sangre.Por ellos ,por los violines que enmudecieron

y por la humanidad.No olviden.Grynberg,ella aun te

ama. Rivke

Mermaid Lullaby dijo...

Rivke, ¿cómo has llegado hasta aquí?
Tu comentario también me ha enmudecido a mí.

Es imposible olvidar o negar. Todo ocurrió ayer; las heridas todavía están abiertas.
Hoy día aún queda en Alemania una especie de niebla gris y espesa que proviene de un pasado muy cercano y que no se acaba de disolver. Los inocentes -también alemanes-, que son la mayoría, siguen sufriendo por lo que otros hicieron.

Imagino que consolar es imposible.
Un abrazo.

Graciela Bello dijo...

¿Qué música tan triste podría haber vibrado en ese violín, concebido en tales circunstancias?
Con seguridad, el "alma" de ese instrumento llevaba esa cicatriz.

Mermaid Lullaby dijo...

Cuando un músico es un verdadero artista, el instrumento se convierte en una prolongación de su propio cuerpo y de su espíritu. Ya he contado alguna vez que eso fue lo que sentí en una ocasión que ví tocar el cello a Rostropovich. No había separación alguna entre ellos. La música parecía provenir de la misma alma del intérprete.
Imagínate cómo debe ser en el caso de un luthier. Esa conexión será con seguridad todavía más estrecha. Y, por supuesto, ese instrumento llevará siempre la huella de su constructor.