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OLER Y PENSAR
Ya he escrito anteriormente acerca de mi afición por los perfumes, especialmente por los de origen natural (ver “L´Occitane”). Para bien unas veces y para mal otras (los viajes en metro o en autobús, especialmente en verano, pueden acabar siendo una verdadera tortura para mí), poseo un sentido del olfato especialmente desarrollado. Reconozco a muchas de las personas de mi entorno por su olor: sé, por ejemplo, si mi hijo ha subido en el ascensor hace poco, o si mi madre se ha puesto una de mis bufandas. Los olores me transportan con una rapidez y facilidad pasmosa a los lugares en los que he estado. Identifico a las personas y los lugares con olores muy determinados, que “describen” lo que significan para mí. Marina huele a melocotón. Suave, dulce y delicado. Recuerdo con asombrosa perfección el profundo y rotundo olor a madera aromática de uno de mis antiguos profesores de alemán. A veces incluso imagino cómo olerán ciertas personas que admiro pero no conozco personalmente. O el olor de algunos lugares que sólo conozco a través de fotografías. Porque sin ese olor, no parecen ser reales del todo.
Diane Ackerman, en su libro “Una historia natural de los sentidos” (Ed. Anagrama), combina ciencia y poesía para redescubrir los sentidos. Aquí va un fragmento sobre el olfato:
"En las primeras épocas de nuestra evolución no viajábamos por placer, sólo lo hacíamos en busca de comida, y los olores eran esenciales. Muchas formas de vida marina deben esperar a que la comida venga a rozarlas o puedan alcanzarlas con sus tentáculos. Nuestro sentido del olfato es un atavismo de aquel tiempo, cuando vivíamos en los mares. Para que podamos notarlo, un olor debe disolverse en una solución acuosa que nuestras membranas mucosas puedan absorber. En aquella primera versión marina de la humanidad también usábamos el olfato para encontrar pareja o detectar un tiburón. El olfato fue el primero de nuestros sentidos y tuvo tanto éxito que, con el tiempo, el pequeño montículo de tejido olfativo situado sobre el tendón nervioso se desarrolló hasta convertirse en el cerebro. Nuestros hemisferios cerebrales fueron al principio pétalos del tallo olfatorio. Pensamos porque olemos."
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