martes, 28 de agosto de 2007

Vuestra luz.


Recuerdo una noche de fiesta de hace ya muchos años. Una verbena de verano. Mi vida era entonces muy distinta. Tenía un niño muy pequeño y una actitud de decepción ante la vida muy grande. Hacía muy poco se me había roto el corazón en trocitos tan pequeños que pensaba que nunca iba a poder reconstruirlo. Y mi eterna sensación de soledad y de pertenecer a otro planeta se me hacía insoportable demasiado a menudo.
La orquesta sonaba en la plaza del pueblo, y todos bailaban. Yo me limitaba a observar mientras me preguntaba en qué consistiría la felicidad para toda aquella gente. Y cuándo encontraría yo la mía. Porque, junto a la tristeza que me estrangulaba la garganta con frecuencia, convivía una especie de impulso vital interno, unas enormes ganas de luchar, de buscar, de vivir. Seguía convencida de que, de algún modo que aún no había descubierto, podría algún día quitarme esa constante angustia de encima y vislumbrar la felicidad que otros parecían haber encontrado con extrema facilidad. Y aunque siempre acababa por encontrar ese "centro de gravedad permanente" del que Battiato habla en su canción, solía pasar por momentos muy, muy tristes.

Aquella noche de agosto me trajo una sorpresa: un chaval que yo conocía desde muy pequeño, del que me separaba una considerable diferencia de edad , y con el que apenas había hablado nunca, se acercó a mí y empezó a hablarme. Recuerdo mi sorpresa por su desenvoltura, su juventud y una especie de resplandor, como una luz acogedora que provenía de él.

A veces ocurre. Veo esa luz diferente y singular que emanan algunas personas (con poca frecuencia, por desgracia), y cuando la veo, tan única y maravillosa, me resulta difícil alejarme de ella. No puedo explicarlo de otra forma. Algunas personas brillan. Suelen ser personas que derrochan alegría, buen humor, positividad, creatividad, ingenio, gracia... como tocados por una varita mágica.

Y él brillaba. Recuerdo que hablamos mucho. Volvieron a sorprenderme las coincidencias en nuestros gustos, en nuestras aficiones. Recuerdo que cantamos y bailamos. Creo que hasta leímos algún poema. Aquella noche casi olvidé lo sola que estaba.

Es así: a veces ocurre. Hay una conexión que nos sorprende por lo inesperada y profunda. Puede ser la amiga de toda la vida, y que lo es precisamente por eso, porque con ella trae siempre una luz que puede iluminarte el día y la vida entera. Y sabes que siempre contarás con ella.
O un alumno que te escucha de un modo especial, que ilumina el rincón del aula en el que se encuentra, y al que te gustaría tratar de forma distinta a los demás, porque lo merece, porque con la mirada te lo está pidiendo. Y te busca entre clases sólo para hablar contigo un ratito. Luego, al cabo de los años, te llama y te repite palabra por palabra lo que tú siempre le decías. Recuerdas entonces su luz. Recuerdas cuánto te dio él a ti sin darse cuenta, pensando que eras tú quien le dabas...
O simplemente alguien que va sentado en el autobús y te mira como si te conociera desde siempre. Y tú le miras y le sonríes. Sin saber exactamente por qué. Y en la siguiente ocasión que coges el autobús le buscas con la mirada, porque, inmerso en este mundo tan tendente a la oscuridad, necesitas un poquito de aquella sonrisa, de aquella luz.

Por suerte, cuento en mi vida con una lista lo suficientemente nutrida de seres con estas características. Algunos de ellos muy, muy cercanos... Podría hacer ahora mismo una lista con nombres y apellidos, pero creo que no debo hacerlo. Los no-incluidos podrían recriminármelo o sentirse defraudados. Y los incluidos podrían sentirse algo confusos, incluso “violentos”. Así somos de complicados.

El caso es que aquella noche, un chaval con el que apenas había hablado nunca, me deslumbró con una luz intensa e inesperada. Y hoy, al cabo de los años, lo he recordado porque me he detenido de nuevo en él. Le he vuelto a mirar a los ojos, y bajo varias capas que claramente lleva a modo de armadura protectora, le he visto otra vez. He visto esa luz, que sigue ahí después de estos años.
En aquella ocasión, le escribí un poemita muy breve pero muy sentido. En la Asociación de Escritores a la que yo pertenecía por entonces, gustó tanto que decidieron incluirlo en una de sus revistas. Pero él nunca lo leyó. Ni siquiera le dije que lo había escrito. Quizás esta vez sí pueda leerlo.
POETA
Trigo madurado a deshora,
su luz dorada
emanando.
Todo puro, todo fresco,
soplo de aire limpio,
suspirando.
Brisa suave,
sol que ciega,
inesperado.
Poeta en la madrugada,
esperanza,
músico del alma,
al amor cantando.

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