viernes, 19 de marzo de 2010

Caminar juntos.


Mi amiga Belky me envía este texto hoy, Día del Padre, suponiendo –muy acertadamente- que me va a gustar. Yo lo he leído casi desde el principio con un nudo en la garganta, y contaré aquí por qué:

Mi padre murió cuando yo tenía un año. Fue un desgraciado accidente de carretera que nos privó de un padre a mí y a mi hermano, de un marido enamorado a mi joven madre, de un hijo maravilloso a mis abuelos, que a duras penas pudieron sobrellevar aquella desgracia, de un ser maravilloso, según cuentan, a todos los que tuvieron la suerte de conocerle.

Mi padre, dicen, había nacido para ser padre. Era un hombre bueno, paciente, tranquilo, un maestro de vocación que probablemente estaba deseando educar no sólo a sus alumnos, sino también a sus propios hijos.
Primero llegó mi hermano, y le colmó de una felicidad indescriptible. Y dice mi madre que cuando yo llegué, año y medio más tarde, después de un parto sencillo y rápido, y en aquella aséptica habitación del hospital, lloraba como un niño. Aseguraba no merecer tanta felicidad.

El día en que murió, justo a los doce meses y pocos días de mi primer cumpleaños, mi madre le estaba esperando con una gran noticia: su hija acababa de aprender a andar.
Nunca pudo contárselo. Ya nunca tuve la oportunidad de caminar a su lado.

Quizá si le hubiera tenido conmigo físicamente, como tantos otros niños, no hubiera sentido su cercanía y su calor tan claramente como siempre los he notado. Pero es verdad que he echado en falta que me cogiera de la mano, que me contara los cuentos que con seguridad tan bien me hubiera contado, que me aconsejara en momentos difíciles, que compartiera conmigo ese amor por el mar, por la música, por la poesía, que han sido para mí su valiosa herencia.

Hoy he recordado a mi padre, como cada día. Le he dado un beso a su fotografía, y luego le he dado las gracias. No sabes cómo me sonríe siempre. Él sí que fue un gran hombre.

Es la primera vez que hablo aquí de mi padre. Siempre me cuesta hacerlo. Pero cuando lo hago, y aunque la tristeza me sigue atenazando la garganta, sé que me ayuda un poco a aceptar su pérdida. Aunque también sé que tendré que seguir haciendo un esfuerzo por aceptarla hasta el fin de mis días. Quizá entonces, cuando yo también llegue al final de mi camino, él esté ahí para darme la mano y andar juntos, al fin.

Felicitad a vuestros padres en un día como hoy y cada día, cada instante que tengáis la suerte de estar a su lado.


Mi padre no fue un gran hombre

Parte del prólogo de “Ser padre es cosa de hombres”. Sergio Sinay.

Mi padre se llamaba Moisés. Era hijo de Miguel y de Lea. Fue hermano de Marcos y de Rubén. Fue el marido de Miriam. Fue el padre de Horacio y de mí. Era el abuelo de Iván y de Javier. Cuando murió, hace dos días, tenía 85 años.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero hacía el más sabroso café con leche que jamás probé. Nos los preparaba cada mañana a Horacio y a mí, cuando íbamos al colegio, y nos lo servía con unos enormes panes con manteca y dulce.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero pelaba las naranjas como nadie. Las dejaba sin un rastro de ollejo, brillosas, lisas, tentadoras. Yo no quería comer naranjas si no las pelaba él.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero llenó de libros nuestra casa de la infancia y los dejó absolutamente a nuestro alcance. Nunca dijo "ese libro no es para vos". Y así aprendimos a amar la lectura desde chicos. Todavía hoy leo como entonces, como él. Con voracidad, con desorden, con placer. Mi casa está llena de libros, las bibliotecas son los muebles principales.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero a los 84 años aprendió a hacer señaladores de cuero, con sus dedos agarrotados, y me regaló uno, simple, bello y austero, con el que hoy guío mis lecturas.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero cuando yo tenía 10 años y Horacio 7 y vivíamos en La Banda, Santiago del Estero, compró entradas y un 9 de julio nos llevó a la cancha del Club Mitre a ver a River, que venía de gira. Seguimos el partido subidos a un sulky, porque no había lugar para nadie. Fue la primera vez que vi a River, y lo vi con Carrizo, con Lostau, con Labruna, con Pérez, con Pipo Rossi. Mi padre era hincha de Independiente, nosotros nos hicimos de River.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero nos llevaba cada domingo a la cancha a ver a Central Argentino, de La Banda, a pesar de que él era hincha del eterno rival, Sarmiento. Y hasta se alegraba con nosotros si ganaba Central.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero una tarde de mi adolescencia, en la trastienda de la farmacia que él y mi madre tenían en La Banda, me explicó cómo se hacían los chicos. Tartamudeaba y estaba rojo y sudoroso. Yo ya sabía, pero me fascinó su explicación.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero cuando hice mi viaje de egresado, en tren desde Santiago a Mendoza con mis compañeros del Colegio Nacional Absalón Rojas, me llamó aparte en el andén y me dio tres preservativos. "Tomá, por si los necesitás", me dijo. Y otra vez estaba rojo y sudoroso.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero un día, cuando cumplí doce años, se apareció en casa con el curso de dibujo de Los Doce Famosos Artistas como regalo. Y yo, que amaba las historietas, tuve como profesores a Hugo Pratt, a Alberto Breccia y a otros así.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero cuando me acariciaba, y me acariciaba mucho, tenía las manos tibias; y cuando me besaba, y me besaba mucho, tenía los labios suaves y húmedos.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero un día, cuando un chico más grande que yo, uno de los pesados de la cuadra, me estaba dando una paliza en plena calle, él apareció de la nada y sacó a patadas en el trasero a mi enemigo.

Mi padre no fue un gran hombre. No me enseñó a manejar, pero resultó lo bastante confiado como para dejar las llaves del auto a mi alcance, de manera que una siesta las agarré, subí al Fiat 1500 verde y debuté por mi cuenta paseando durante dos horas, maravillado de que semejante artefacto respondiera a mis movimientos. Cuando se lo conté, mi padre sonrió casi complacido, casi aliviado.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero venía a verme cuando yo jugaba al básquet en los infantiles y en los cadetes del Club Olímpico y, al principio, me llevaba a los entrenamientos, y a mi hermano también. Y aunque él era un patadura, yo, creo, jugaba para él, para que él me admirara.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero, aunque jamás aprendió a andar en bicicleta, me sostuvo en la mía y no me soltó hasta que pude mantener el equilibrio por mi mismo. Y yo sabía que no me iba a dejar caer.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero lagrimeaba de orgullo cuando nos presentaba a Horacio y a mi y decía "Estos son mis hijos". Lo decía con el mismo énfasis cuando éramos chicos y cuando nos hicimos hombres.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero nadie sabia contar "El patito feo" como él. Y nadie tuvo su paciencia para narrármelo una y otra vez, siempre con el mismo entusiasmo, cada siesta y cada noche de mi niñez temprana, respetando mi necesidad de volver a oír mi cuento favorito.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero todavía a sus ochenta y pico era capaz de poner inyecciones como nadie, sin que sintieras ni el pinchazo ni el dolor. Muchas veces preferí inyecciones a otro remedio, porque sabía que estaba él para ponerlas.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero descubría siempre los mejores chocolates.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero hasta el último domingo de su vida leyó el diario de pe a pa y era un interlocutor informado y apasionado de los sucesos del mundo y de la vida.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero amaba el cine y las películas y nos enseñaba a amarlas junto a él; nos llevaba a las matinés del cine Renzi y a los estrenos del Petit Palais, del Grand Splendid, del Select o del 25 de Mayo. Disfrutaba como un chico de las de cowboys y hacia el sacrificio de llevarnos cinco días seguidos a ver "La Cenicienta" o "Sansón y Dalila" con Víctor Mature y Hedy Lamar. Ahora, en sus últimos tiempos, seguía contando escena por escena, como un personaje de Manuel Puig, cada película que veía en el cable, y lloraba de emoción o de bronca, según fuera una escena de amor o de injusticia.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero era el mejor público para contarle un chiste. No había que hacer grandes esfuerzos narrativos, el se descomponía de risa por el solo hecho de saber que era un chiste.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero cada vez que mi madre se lo pedía era el mejor ayudante de cocina. Nunca vi a nadie batir claras a nieve, como él. A mano.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero tenía la letra más bella y firme que yo conozca. Me fascinaba ver cuando escribía cartas, cuando firmaba boletines o cuando hacia los discursos que después leía en las reuniones de la colectividad judía-santiagueña; yo observaba hipnotizado como iba surgiendo sobre el papel el dibujo de su caligrafía y como él mismo disfrutaba mientras su mano cobraba velocidad, calor e inspiración.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero me enseñó, con sus actos, que un hombre sí puede llorar. El lloraba de emoción o de dolor.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero supo despedirse antes de partir. El domingo a las cinco de la mañana me desperté y no pude volver a dormir por un largo rato. Era una hora silenciosa y quieta. De marea en baja. Entonces supe que, en la sala de terapia intensiva del hospital, él estaba muriendo. Que me despertaba suavemente, como cuando en las mañanas frías del colegio se acercaba a mi cama, me tocaba suavemente el hombro y me decía, en un susurro, "Pichu...arriba". Y que esta vez lo hacía para despedirse. En mi cama, en la oscuridad, no luché contra el insomnio, simplemente me despedí de él, le deseé buen viaje, le agradecí lo que tenía que agradecerle y le hice saber que, por mi parte, no había cuentas pendientes entre nosotros. Ninguna.
Me dormí nuevamente a las siete y el teléfono sonó a las ocho para pedirnos que fuéramos con urgencia al hospital. Entonces le dije a Marilen: "Mi Viejo murió hoy a las cinco y media, es eso lo que nos van a informar". Un par de horas después, nos entregaron un certificado de defunción que decía: "hora del fallecimiento: 5:30".

Mi padre no fue un gran hombre. Pero enfrentó a la muerte entero y vivo. Peleó con sabiduría, conocedor de que la batalla sería posible mientras hubiera equivalencia. Cuando sintió que ya estaba, que había hecho lo suyo, que las reglas de juego habían dejado de ser parejas, dijo basta. No lo dijo como un derrotado. Había comido una porción de las grandes (como a él le gustaban) de la vida; su último año y medio había sido de placer, de reivindicación y de buena vida. Entonces decidió que estaba a punto y murió. En su muerte, fue un modelo. Y no es poca cosa.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero murió como un señor. Sin degradarse sin deterioro, sin corromperse, como una persona íntegra y consciente. No huyó, no tuvo miedo, llegó vivo a su muerte. Y cuando lo vimos, antes de ocupar su cajón, su rostro era plácido, pacífico, como quien sueña sueños íntimos y felices o como quien observa deslumbrado algo que lo hará feliz pero de lo que no quiere hablar. Era, en ese momento y en ese lugar, en la morgue del hospital, nada menos, un viejo hermoso y sereno.
Así nos despidió. Soltándose, soltándonos.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero fue honesto.

Mi padre no fue un gran hombre. Pero fue amoroso.

Mi padre no fue un gran hombre. Y no importa. Los grandes hombres ocupan a veces, demasiado lugar. Asfixian. Y son acreedores de deudas que nos hacen la vida más pesada. Visto así, por suerte, mi padre no fue un gran hombre. En muchas cosas fue sólo un pequeño hombre. Pero más allá de todo fue algo más difícil y más importante. Mi padre fue un buen hombre.
Agradezco eso. Gracias, papá, por tu vida...


10 comentarios:

Yahaira Julissa dijo...

Lo siento mucho Mermaid, siento ue no hayas podido disfrutar de tu papà. Mi padre falleiò cuando tenìa 7 años.

Ayer iba a hablar de mi padre en el post, pero me costo hacerlo. Creo que en tu caso debe de ser màs difìil.

Gracias por compartir tus sentimientos.

Recuerdo haber hecho un cuento sobre mi padre hace años, lo perdì. Quizàs un dìa me anime a reescribirlo.

Un beso sirena. Saludos a tu sirenita.

cronopia dijo...

uf!MI PADRE MURIÓ EL 29 DE MARZO DEL PASADO AÑO. CON ESTE ÚLTIMO RELATO ACABO DE REVIVIR LO QUE ME PASÓ A MÍ. EL TAMBIÉN FALLECIÓ A LAS CINCO , PERO DE LA TARDE, COMO EL TORERO DE LORCA.YO HABÍA PASADO LA NOCHE CON ÉL EN EL HOSPITAL Y EN ESE MOMENTO ESTABA EN MI CASA CON MIS HIJAS, INTENTANDO DESCANSAR UN POCO.A LAS CINCO MENOS DIEZ, SENTÍ UN FRÍO MUY DENTRO DE MÍ E INTUÍ QUE SE ESTABA MURIENDO.AL POCO TIEMPO SONÓ EL TELÉFONO Y ME DIERON LA NOTICIA.
AFORTUNADAMENTE, YO TAMBIÉN ME PUDE DESPEDIR.NO QUEDÓ NADA PENDIENTE ENTRE ÉL Y YO.SIENTO SU FUERZA A MI ALREDEDOR, EN LOS PÁJAROS, EN LA LUZ DE DEL SOL,EN EL MAR...A VECES ME HABLA A TRAVÉS DE LOS SUEÑOS DE MI HIJA MAYOR.
UF! A MÍ TAMBIÉN SE ME EMPAÑAN LOS OJITOS.

Joy B. dijo...

Hermosísimo el relato... me preguntaba si tendrías inconveniente en que lo publique en mi blog http://espirituavalon.blogspot.com/
Ya me dirás...

Siento lo de tu experiencia, debió de ser muy dura. Yo no he parado áun de llorar, pues el mío murió el pasado 9/11, con 91 años, y nunca lo tuve...

Muchas gracias por tu compartir tan profundo y un fuerte abrazo!

Graciela Bello dijo...

Es un hermoso y sentido homenaje el que le dedicas a tu padre. Tal vez recién ahora puedes escribir de esta manera y llamar a las cosas por su nombre. Creo que habrá sido muy liberador para tí.
Yo aún no puedo escribir sobre esas pérdidas, no estoy preparada y me traería más dolor.
Es muy poco lo que sé sobre esa parte de tu vida, pero lo que has contado, me hace pensar en que tu madre debe ser una mujer de gran fortaleza, la admiro sin conocerla y me anima a no claudicar aunque la vida se presente complicada.
Tanto amor es heredado...

Mermaid Lullaby dijo...

Belky: Muchas gracias por tu correo. No me importa que no aparezca aquí. Comprendo que hay cosas que preferimos mantener en lo más íntimo. Pero yo sí quiero darte a ti las gracias públicamente por tus frecuentes regalos y por tu confianza. Un abrazo muy fuerte.

Yahaira, Mónica, Joy, Graciela: No se me hubiera ocurrido publicar esto si no hubiera tenido la convicción de que quien me lee tiene la sensibilidad suficiente para comprender y valorar mi esfuerzo al contarlo. Todas me ayudáis en mi titánica empresa de aceptación, os lo aseguro. Gracias por vuestras palabras, de verdad.

Joy: Claro que puedes publicarlo. He pasado por tu blog y me encanta!

Hotel Existencia dijo...

Me alegro de que, por fin, puedas contarlo. Una amiga me dijo hace poco que compartir algo doloroso, lo hacía, para ella, mucho más llevadero, le ayudaba a pensarlo y a comprenderlo, pero hay cosas que se hacen tan difíciles.
Un abrazo fuerte.

aguadecolores dijo...

Maravillosa entrada de alguien de quien su padre se sentira orgulloso esté donde esté
Besos de colores rellenos de flores silvestres

Joy B. dijo...

Querida Mermaid, ya he publicado la entrada, y llevado a cabo mi propia catarsis...

Te agradezco muchísimo tu fantástica disposición. Me has ayudado mucho, puesto que las emociones son muy intensas y nos nublan la vista muchas veces... (qué te voy a contar, también soy cáncer!...)

Si quieres pasarte, ya sabes dónde estoy y siempre serás bienvenida!
http://espirituavalon.blogspot.com/

Con fuerzas renovadas, un grandísimo abrazo!

ॐ Palabras Andantes dijo...

Gracias Ana, un beso.

Anónimo dijo...

venga primica,, que ya me has hecho llorar como una magdalena,,
que penita me dá ser huerfanita!!!!!