Hoy comienzo a escribir como quien llora.
No de rabia, o dolor, o pasión.
Comienzo a escribir como quien llora
De plenitud saciado,
Como quien lleva un mar dentro del pecho,
Como si el ojo contuviese toda esa inmensa colmena que es el firmamento
En su breve pupila.
Me enciendo por pasadas plenitudes
Y por estas presentes enmudezco.
Lloro por tener cerca una mujer,
Por el agua de un monte
Que suena entre cipreses en un lugar de Grecia;
Lloro porque en los ojos de mi perro
Hallo la humanidad, por la arrebatadora música
Que quizá no merecemos,
Por dormir tantas noches en sosiego profundo
Bajo el icono y en su luz de oro,
Y por la mansedumbre de la vela,
Que sólo es eso: llama.
Comienzo a escribir y también la escritura llora,
Porque respira y quema, porque pasa.
Qué gran gozo sentirme yo mismo
Esa palabra que va ardiendo.
(Porque yo también ardo y también paso.)
Contemplo una llama muy quieta en la penumbra
De suaves jardines,
A la orilla de un mar calmo y antiguo,
Y me voy encendiendo con la dicha
De saber que no existe otra verdad
Que nos sea esa llama, es decir,
La del amor que es don y que es condena.
Son llamas las palabras y son llamas los ojos
Que lloran sin llorar por el ser que yo fui
(aquel fuego cansado que temblaba
Junto a otros jardines de otro mar)
Y por el ser que ahora está mirando
Fijamente una llama
Y que es, en soledad, la llama más gozosa.
Antonio Colinas
De “Libro de la mansedumbre”
(1993-1997)
Ilustraciones: Marina Marcolin ("Il giordano del faro")
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