"Cuántas veces escatimamos ternura, ahogamos un gesto que habría de acercarnos al otro pero que tememos que descubra nuestro corazón conmovido. Blindados los sentimientos, ahuyentando el peligro de resultar cursis, débiles o inadecuados, se nos quedan así palabras por decir, caricias sin dar.
A menudo no nos atrevemos a expresar ternura; o ni siquiera nos permitimos sentirla. La malinterpretamos como un signo de debilidad y sensiblería, cuando de hecho tiene que ver más con la sensibilidad, la inteligencia y el afecto genuino. Tampoco está reñida con la firmeza ni compromete a nada. Es la manifestación de un impulso que tiende hacia el otro, y que por eso mismo nos hace sentir menos solos.
La dureza o una especie de imperturbabilidad se han erigido en el escudo de una sociedad que parece querer negar su propia fragilidad. Pero sólo se puede ser fuerte en la medida en que se reconoce que se es vulnerable y que se está dispuesto a afrontar las flaquezas.
La ternura puede aflorar espontánea cuando menos lo esperamos. Nos lleva a tomar una mano desvalida, con el corazón desnudado, o a acompañar las lágrimas de otro, en conexión con algo más allá de nosotros. A veces también, la ternura se despierta ante la belleza de lo que es, tal y como es: los modos torpes o quejosos de alguien a quien conocemos bien, o las hazañas cotidianas de los héroes secretos.
Permitirse la ternura salvando los obstáculos interiores que la coartan concede el privilegio de ir al encuentro del otro. Parece arriesgado exponer esa parte íntima de nosotros al mundo pero, por el contrario, nos libera de un miedo que aísla y nos permite la felicidad de abrirnos a la calidez de la vida.
Saber dar ternura con naturalidad, cuando surge, de una forma atenta y respetuosa, nos pone en contacto con nuestra delicadeza. Es la misma que nos gusta encontrar en las personas que nos regalan su interés y su cuidado, muchas veces cuando más lo necesitamos. Entonces su sonrisa, su mirada o un gesto que se demora un poco más de lo habitual obran el prodigio discreto de la complicidad."
Yvette Moya-Angeler
(Revista Cuerpomente, nº 213)
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